por León I el Magno (400-461 AD)

En los días de Saúl y David, fue cuando los israelitas cayeron en el pecado que el Señor permitió que los Filisteos los oprimieran. Para recuperar la predominiancia sobre sus enemigos, se le ordenó a la gente que ayunara. Los israelitas entendieron muy bien que se merecían todo lo que tuvieron que soportar a manos de los Filisteos pues habían abandonado los mandamientos de Dios y se habían entregado a malas prácticas. No les servía ganar su libertad levantándose en armas; primero debían liberarse de sus pecados. Y así comenzaron a disciplinarse y a conquistar los deseos de la carne para poder conquistar a sus adversarios. Cuando ayunaban, sus opresores caían ante ellos, pero cuando eran indulgentes en sus apetitos, el enemigo los tenía bien sujetos.

Así mismo es con nosotros hoy en día. Tenemos nuestras propias luchas y conflictos, y podemos ganar usando la misma estrategia. Los israelitas eran atacados por seres humanos; nosotros somos atacados por enemigos espirituales. Podemos conquistar al alinear nuestras vidas con la voluntad de Dios para nosotros; así nuestros enemigos caerán ante nosotros. No es su poder sino nuestra falta de disciplina lo que los hacen una amenaza para nosotros, y nosotros podemos debilitarlos mediante la conquista de nosotros mismos.

Debemos pedir la ayuda de Dios en esta batalla porque nuestro único medio para conquistar al enemigo es conquistarnos a nosotros mismos. A menudo estamos en conflicto con nuestra propia naturaleza inferior, con esas actitudes no-espirituales y rebeldes que la biblia llama ‘la carne’. Lo que la carne quiere es lo opuesto a lo que quiere el Espíritu y el Espíritu quiere lo opuesto que la carne. Si los deseos de la carne son más fuertes, enotnces nuestras facultades espirituales serán arrastradas al nivel de nuestra naturaleza inferior y seremos esclavizados donde ellos sean nuestro maestro. Pero si estamos decididos a servir al Señor y encontramos gozo en sus dones, si hacemos tropezar nuestra tendencia instintiva de gratificarnos y le negamos el dominio sobre nuestros cuerpos mortales al pecado, entonces nuestro espíritu tendrá el control y ninguna estrategia del Maligno podrá derrotarnos. La verdadera paz y libertad pueden ser nuestras únicamente cuando la carne es dominada por el espíritu y el espíritu guiado por la voluntad de Dios.

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Tomado de ‘Serie de Lecturas de los Padres de la Iglesia sobre el Maligno’ en la edición de Julio/Agosto 2011 de El Baluarte Viviente. Usado con permiso.