Un testimonio personal de Ramy

Mi nombre es Ramy; tengo 32 años y vivo, trabajo y sirvo en Líbano junto con mi amada esposa, Myriam, y nuestro hijo de 3 años, Andrew.

Es difícil hablar de todos los desafíos que enfrenta el Líbano. El país todavía no se ha recuperado de una guerra civil de 17 años, impulsada por muchos países extranjeros, y ahora la guerra en Siria está bloqueando nuestra única salida por tierra fuera de Líbano. También enfrentamos una constante amenaza de guerra con Israel y grandes problemas socioeconómicos. Esto se ve agravado por la corrupción en todos los niveles del gobierno y exacerbado por la presencia de más de 1,5 millones de refugiados sirios y varios cientos de miles de palestinos. Estos refugiados constituyen alrededor del 50% de la población libanesa. Todo ello ha afectado la economía de Líbano, las finanzas públicas y los servicios públicos de apoyo. Los niveles de pobreza y desempleo se han elevado a máximos nunca vistos. El riesgo de guerra inminente (ISIS, Siria, Iraq, Yemen, etc.) y el colapso económico se han vuelto el tema diario de todos los canales de noticias.

Todos estos desafíos ¿a qué nos condujeron en mi vida y la vida de mi familia?  ¡A LA VIDA Y LA ESPERANZA!

No tenía otra opción que volverme al Señor. Estos tiempos de dificultad me han enseñado a crecer en humildad, a entregar mi vida y confianza en la gracia de Dios: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (2 Corintios 12:9). He crecido en depender de la providencia de Dios; mis ojos lo han visto: “Abres tú la mano y sacias a todo viviente a su placer” (Salmo 145:16). Cuando todo a mi alrededor estaba en desesperanza, el Señor llenó mi corazón y mi alma con esperanza, esperanza de que Él no me llevaría a extraviarme: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). Este tiempo en particular me ha motivado a buscar —de una manera más profunda— la santidad, aceptando que para mí basta Dios y solo Dios, y pidiendo por una “vida cristiana que sea una buena defensa ante el imponente tribunal de Cristo” (de la Divina Liturgia de san Juan Crisóstomo, en la Iglesia Ortodoxa). He llegado a darme cuenta de la grandeza del tesoro que tengo. ¿Cómo puedo centrarme en mí mismo cuando todos los demás (colegas, amigos, parientes, etc.) se están ahogando en la angustia? Una urgencia por evangelizar llenó mi corazón; empecé a anunciar la Buena Nueva a mis colegas, a los jóvenes a quienes servía, a mi familia extensa. ¿Qué otra cosa podía ofrecer? “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazoreo, levántate y anda” (Hechos 3:6).

Oro para que podamos perseverar siempre, en tiempos de paz y en tiempos de persecución, entregando nuestra vida al Señor, no haciendo nada sino su voluntad, sabiendo que “para tiempos como estos, fuimos llamados a entregarnos por completo, a seguir a Cristo, a propagar su luz, a no hacer nuestra voluntad, sino la suya” (Para tiempos como estos, por John Keating).