–por Sam Williamson

“¿Por qué es que cuando le hablamos a Dios se dice que oramos, pero cuando Dios nos habla dicen que somos esquizofrénicos?» – Lilly Tomlin

La primera vez que escuché la voz de Dios

Tenía 10 años la primera vez que escuché a Dios hablar. Era otoño. Acababa de comenzar un nuevo año escolar y se estaba esparciendo una nueva moda entre mis compañeros adolescentes.

Decir malas palabras.

Yo fui criado es una iglesia cristiana conservadora donde los maestros de la escuela dominical nos enseñaron los Diez Mandamientos. Los maestros eran imprecisos sobre el significado del adulterio y a mí no me preocupaba. Tampoco eran muy claros al hablar sobre la codicia así que yo me sentía seguro.

Ellos compensaron su ambigüedad cuando nos enseñaron sobre las malas palabras. En vez de decir elusivamente “No tomarás el nombre de Dios en vano” nos ensañaron precisamente “No dirás malas palabras”. Y cuando decían “No dirás malas palabras” querían decir justo eso. Para nosotros, maldecir era un pecado en el mismo orden del genocidio masivo.
Un día, mientras jugábamos en el patio de la escuela, le pasé “la roña” a mi amiga Diane y ella gritó “¡Mierda!” Yo sentí como una onda expansiva se desplazaba por mi cuerpo como si me hubieran golpeado con un mazo. Cuarenta y cinco años más tarde todavía siento ese golpe visceral y aún puedo ver claramente la imagen de Diane en el patio de la escuela maldiciendo.  Traté de respirar pero no pude.

En retrospectiva, pareciera algo tonto que una mala palabra podría causar tal conmoción pero lo hizo. Yo esperaba que Dios hiciera caer un rayo  y convirtiera a Diane en cenizas. Ese pensamiento casi me paraliza.

Pero no del todo. Me alejé unos 2 metros por si acaso el rayo caía un poco desviado.

Pero luego… nada pasó. Absolutamente nada. El juego continuó. No hubo rayo. Ni siquiera una luciérnaga. Yo me sentí tan conmocionado por la falta de una justa retribución como me sentí por la grosería. El shock pudo haber sido incluso mayor.

Mi perspectiva infantil del cristianismo era muy simple: Dios bendice a los buenos y castiga a los malos. En mi mente poco sofisticada de diez años la bendición significaba ‘ser genial’ y el castigo ‘no ser genial’. Pero eso no es lo que sucedía. En cambio los niños malhablados eran ‘geniales’ y los bienhablados se iban volviendo ‘no geniales’.

Los malvados florecían y los justos eran pisoteados.

Yo decidí no era posible que Dios existiera. Oh, y me tomó más o menos una semana ver como los malvados prosperaban, pero yo, en mi mente, no dudaba. Dios no existía. Todo era un cruel engaño.

Al día siguiente solté las peores palabras de toda la ciudad de Detroit frente a mis compañeros. Dije cosas que incluso los malvados temían decir. (Ellos todavía tenían un poco de temor de Dios, pero yo estaba más informado). “Mierda” era una mala palabra para niños; yo solté palabras explosivas tanto como los bosques sueltan sus hojas en otoño – y ni siquiera sabía lo que esas palabras significaban.

Yo fui un poeta de la blasfemia.

Luego, al final del día, solo en mi cuarto Dios me habló con una claridad certera, feroz e innegable. Sin embargo lo único que dijo fue: “Sam, yo soy verdadero y tu no lo entiendes”.

Conocer a Dios

 Dios, por sobre todo, quiere que lo conozcamos personalmente; el desea una relación personal. Pero nosotros queremos, más que nada, dirección: “¿Debo tomar este o aquel trabajo?” Queremos información y Dios quiere tener una conversación. Queremos saber las respuestas; Dios quiere que lo conozcamos a él.

Cuando Dios me habló realmente me conmovió aunque no por su respuesta a mi pregunta de ¿por qué los malvados prosperan? Dios ni siquiera sugirió una respuesta. Me conmoví precisamente porque había escuchado su voz. Había empezado a conocer a Dios como persona, no solo sobre las cosas de Dios. Lo conocí a él.

Dios siempre nos da lo que más necesitamos aunque no siempre nos da los que creemos  que necesitamos más. Nuestra mayor necesidad es la de conocer a Dios. Más que tener respuestas, inspiración, información o guía, lo que necesitamos es conocer a Dios. Es por eso que Pablo escribió “Todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús” (Filipenses 3:8).

Antes de salir en la primera cita con mi esposa, sabía mucho sobre ella: era hija de un agricultor, estudiaba trabajo social y había estudiado en Hope College. Y era tierna. Pero en nuestra primera cita, tomándonos una copa de vino, me contó de un anhelo secreto. Y me enamoré. Mi conocimiento “informativo” acababa de ser destronado por una conexión personal.

Conocer sobre Dios no es suficiente. Pablo oró, “Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre glorioso, les dé el Espíritu de sabiduría y de revelación, para que lo conozcan mejor (Efesios 1:17).

Dios quiere que lo escuchemos

Dios siempre nos habla y quiere que lo escuchemos. La primera vez que lo escuché en mi cuarto – y realmente lo escuché – no estaba intentando escuchar a Dios. Yo pensé que él era un engaño. Pero él habló de todos modos, porque él anhela – ¡Dios tiene anhelos! – conversar con su familia y sus amigos.

Yo estoy sorprendido o incluso anonadado de la enseñanza cristiana moderna. Escuchamos a los líderes proclamar que el cristianismo se trata de una relación personal con Dios, pero su enseñanza se limita a la doctrina abstracta, principios para la buena conducta o inspiración devocional. Dicho de otra manera, la mayor parte de la enseñanza cristiana moderna apela nuestro intelecto, a nuestra voluntad o a nuestras emociones. Son pocos los maestros creíbles que nos enseñan sobre cómo escuchar a Dios –aunque deberían – o sobre conocer a Dios personalmente. Sin embargo la Biblia dice que eso es lo que él desea.

La Biblia está llena de metáforas  de la naturaleza de la relación de Dios con nosotros. Somos sus ovejas, sus amigos, sus hijos y, abrumadoramente íntimo, su esposa. Estas son metáforas relacionales. Y la esencia de una relación es la comunicación.

La comunicación es tan importante para el alma humana que en varios países se ha prohibido el aislamiento solitario por ser una forma de castigo cruel e inusual. Y aún así, nosotros los cristianos enseñamos el cristianismo como si fuera una clase de filosofía o un código de ética. Le damos a la Biblia el valor de un manual de reparación de autos en lugar de una carta personal de Dios.

Los cristianos son muy buenos para diseccionar clínicamente las metáforas bíblicas, hacer exégesis de la esencia de sus significados. Pero Dios quiere que nos revistamos de esas metáforas como vestidos – ponérnoslas, vivir en ellas y hacerlas reales. Dios quiere que empecemos a escuchar su voz.

Sí, es valioso entender los significados exegéticos de las metáforas bíblicas. Es aún mejor conocer a su autor.

Él realmente nos habla

Nuestro padre desea conversar. Él quiere que aprendamos a reconocer su voz. El nos habla, literalmente, para que lo escuchemos, literalmente. No siempre nos dice lo que querríamos que nos dijera; a menudo no nos habla de la forma en que lo esperamos; y escuchar su voz requiere que aprendamos a escuchar. Pero él siempre está hablando.

Las escrituras están llenas de pasajes que nos enseñan que Dios habla hoy. Aquí hay unos cuantos para los escépticos (los énfasis son míos):

  • llama a cada oveja por su nombre, y las ovejas reconocen su voz. (Juan 10:3)
  • Llámame y te responderé, y te anunciaré cosas grandes y misteriosas que tú ignoras. (Jeremías 33:3)
  • Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos. (Apocalipsis 3:20)
  • Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda verdad; porque… todo lo que oiga… les hará saber… (Juan 16:13)
  • Y si te desvías a la derecha o a la izquierda, oirás una voz detrás de ti, que te dirá: «Por aquí es el camino, vayan por aquí.» (Isaías 30:21)
  • El que es de Dios, escucha las palabras de Dios (Juan 8:47)
  • «Mis ojos están puestos en ti. Yo te daré instrucciones, te daré consejos, te enseñaré el camino que debes seguir. (Salmo 32:8)

La palabra de Dios rebosa de su anhelo por conversar con nosotros; el quiere que lo escuchemos, que le hablemos y que tengamos una discusión.

Escuchar a Dios no es algo reservado para los gigantes espirituales

La mayoría de nosotros somos enfermeras, mecánicos, empleados de oficina, conserjes, ingenieros, maestros, quizás gerentes o papás y mamás que están en casa. Nos sentimos como pigmeos espirituales. Por supuesto que Dios no nos habla a nosotros, nos decimos, si no tenemos la estatura espiritual de la Madre Teresa.

Aunque esta opinión tan humilde sobre nosotros mismos es un excelente lugar para empezar es el lugar exacto para terminar. El Señor nunca nos habla (o a otros) por nuestra (o su) grandeza. El habla debido a su grandeza. A Él le encanta hablar con los adolescentes espirituales. Dice Pablo: “Tenemos esta riqueza en vasijas de barro, para dejar claro que ese poder tan grande es de Dios y no de nosotros.” (2 Corintios 4:7 par)

Podríamos pensar que se ser como el pueblo de Israel cuando le dijo a Moisés “Habla tu con nosotros pero no dejes que Dios nos hable” es una expresión de humildad espiritual. Pero tal oración solo revela una superficialidad de nuestra parte. Es como si prefiriéramos escuchar a los siervos de Dios que a Él mismo.

Dios se gloría en hablar con nosotros las enfermeras, los mecánicos y los conserjes. De esa manera es claro que el poder le pertenece a Dios y no a nosotros. La humildad es la clave. Pensemos en aquellos a quienes Dios habló en el pasado:

  • Abraham era un pagano que Dios llamó a dejar de adorar ídolos y a emprender un camino.
  • Moisés era un asesino que huyó de la justicia.
  • Gedeón se estaba escondiendo cobardemente en lo profundo de una cueva.
  • Samuel era un niño.
  • Jonás era intolerante, insensible y poco misericordioso.
  • Los discípulos a menudo se comportaban como payasos, y cada uno de ellos abandonó a Jesús.
  • Pablo persiguió a los discípulos de Jesús.
  • Balaam era un hombre malvado a quien Dios le habló por medio de una bestia de carga, su burra.
  • Y yo era un ateo de diez años.

Cada historia es diferente excepto por una cosa: Dios no escogió hablar con ninguno de estos hombres con base en su madurez, bondad o dones espirituales. Muchos de ellos eran menos maduros, más rebeldes y tenían menos dones espirituales que tu.

“Bueno,” podrás estar pensando, “pero Dios los eligió a ellos (incluso a los rebeldes) porque vio sus dones naturales. El sabía que podía hacer grandes cosas por medio de ellos”. Ese patrón de pensamiento – y todos nosotros pensamos así de vez en cuando – es contrario al evangelio. El evangelio siempre trata de cómo Dios trabaja con personas que son completamente indignas de su atención. (Por eso se llama el evangelio). El no se vale de nuestra grandeza tanto cómo usa su propia grandeza para hacer algo grande en nosotros.

Dios puede hacer grande al más pequeño de entre nosotros, pero no podrá usar al más grande de entre nosotros hasta que nos hagamos pequeños. Dios quiere decirles (¡oh, pequeños hombres y mujeres!) palabras de consuelo, de amor, de convicción y de esperanza. Sí, a ustedes!

¿Cómo podemos reconocer su voz?

Cuando escuché a Dios a mis diez años no fue a través de una voz audible. No hubo nada escrito en la pared (excepto quizás algo que yo mismo hice con mis crayones mientras mi mamá estaba distraída), tampoco un arbusto ardiente ni una cuchara levitando. Ni siquiera estaba leyendo la Biblia. (Recuerden que recientemente me había hecho ateo).

Sin embargo, algo movió mi alma. Fue tan claro como una voz audible y tan poderoso como un trueno. De algún modo yo supe que Dios me había hablado realmente a mi, personalmente. Hubo una resonancia interior, un estímulo en mi corazón. Y yo supe que era Dios.

Cuando los discípulos de Emaús recordaron su conversación inesperada con Jesús dijeron: “¿No ardía, acaso, nuestro corazón?” Yo también sentí su voz ardiendo en mi corazón. Me emocionó y me encantó. Y cambió mi vida.

Métodos y momentos

Somos creaturas imperfectas, por eso es que no vemos la diversidad de maneras y las muchas ocasiones en que el Dios perfecto no habla. El libro de Job dice: “Dios habla de muchas maneras, pero no nos damos cuenta”. (Job 33:14) Dios es infinito y el nos habla de modos y maneras inconmensurables.

Aún así nosotros, creaturas limitadas, le imponemos a Dios nuestras expectativas limitadas de cómo Él debe hablar, de modo que sea cómodo y conocido para nosotros, o quizás solo de los modos que conocemos. Ciertamente Dios nos habla mucho a través de medios como el estudio de las escrituras y los sermones de los domingos. El no está limitado a estos medios. Después de todo, Él es el Ser más creativo del universo y se comunica con nosotros mediante una mezcla infinitamente imaginativa de métodos y momentos.

A lo largo de este libro, voy a reforzar esos dos principios: los métodos y los momentos. Es vital que los tengamos en mente si queremos crecer en nuestra habilidad de escuchar la voz de Dios claramente. Veámoslos más en detalle.

Métodos

Parte del motivo por el que no recibimos la palabra personal de Dios para nosotros viene de las falsas expectativas que construyen otros cuando nos cuentan sus experiencias. Muy a menudo escuchamos gente describiendo su experiencia de escuchar a Dios como si hubiera sido parte del diálogo de un guion:

Yo le pregunté a Dios: ¿Qué debo hacer con mi vida?

Dios me respondió: ¿Estás dispuesto a arriesgarte?

Yo le dije: Sí, pero no se qué hacer.

Dios dijo: Vete a vivir a Tombuctú.

 Cuando un amigo nos cuenta una historia como esa podemos pensar “yo nunca escucho a Dios conversar conmigo tan claramente”. Déjenme contarles un secreto: “ellos tampoco”. Al menos no la mayoría del tiempo. Estos reportes son resúmenes ejecutivos de las horas dedicadas a pensar, orar, escuchar impulsos, tener sentires y reconocer la voz de Dios.

Dios emplea una variedad de métodos para comunicarse con nosotros; el no es un Dios mecánico. Si limitamos su voz simplemente al diálogo directo o al estudio bíblico no escucharemos su voz cuando nos hable de otras maneras. Veamos algunos de los métodos más comunes.

Una resonancia sensible

Dios a menudo nos habla al tocar nuestro corazón en respuesta a alguna circunstancia externa. Este sentimiento puede describirse como un ardor en el corazón o como un sentimiento de pesar en un momento particular. Quizás un pasaje bíblico salta a nuestros ojos, o escuchamos un comentario de alguien en la mesa de a la par y sabemos en nuestro corazón que está sucediendo algo importante.

Por ejemplo, “Mientras Pablo esperaba [en] Atenas a Silas y Timoteo, se indignó mucho al ver que la ciudad estaba llena de ídolos”. (Hechos 17:16, con énfasis agregados). Analicemos esto juntos: todas las ciudades que Pablo visitaba estaban llenas de ídolos, pero algo en eso momento lo movió.

Un impulso espontáneo

 Dios a menudo nos habla al impulsar nuestro corazón a orar por un amigo o a tomar riendas en un asunto. No se siente tanto como una palabra directa sino como una percepción general, el descubrimiento de un movimiento de Dios que no fue causada por ningún evento.

Una vez tuve un sentir de orar por un amigo. No estaba seguro de por qué orar así que lo llamé por teléfono. Lo acababan de despedir de su trabajo ese mismo día. Oramos por el teléfono. Él estaba conmovido por mi interés, pero yo no me hubiera interesado- de hecho ni me hubiera enterado. Era Dios quien estaba interesado y quien me impulsó espontáneamente.

Palabras directas

 Ocasionalmente Dios nos habla mediante palabras directas – normalmente solo una o dos oraciones, quizás simplemente una frase. Este capítulo inicia con la historia de cuando Dios me habló en mi ateísmo infantil: “Yo soy real y tu no entiendes”. Dios me ha hablado directamente en otros momentos también para dejar el campo de misión o pedirle perdón a mi esposa.

Me imagino, sin embargo, que la mayoría de las palabras directas no vienen de la nada, al menos no tanto como vienen después de haber tenido una resonancia sensible en nuestro corazón. Sólo cuando esa resonancia nos lleva a la oración y la reflexión es que podemos escuchar palabras directas.

Recuerdos inesperados

Dios a menudo traerá eventos del pasado a nuestra memoria. A veces trae este recuerdo a la superficie para que podamos lidiar con su sujeción en nuestra vida y, otras veces, nos recuerda algo para que tomemos una acción apropiada. Hace algunos años recordé cuando tenía 12 años y le dije algo muy fuerte a otro niño del vecindario. Poco después me encontré con es niño, ahora adulto. Le recordé la historia y le pedí perdón. Él también lo recordaba y lloró cuando yo le pedía perdón. Esta ocasión fue el inicio de un camino de dieciocho meses de pedirle perdón a gente de mi pasado, y cada uno de estos arrepentimientos, aunque vergonzoso, dio nueva vida tanto al que pedía perdón como al que lo otorgaba.

Imágenes fijas

La voz de Dios no se limita a impulsos o tan siquiera a palabras. A veces Dios fija una imagen en nuestra mente. Alrededor de 1915 my abuelo recibió una imagen mental donde las letras en rojo KWANGSI se leían en el cielo. Él fue a la biblioteca local y descubrió que esa letras eran las de una provincia de China (ahora se escribe GuangXi). El oró y se sintió llamado  a ser un misionero. Pasó las siguientes dos décadas viviendo en esa misma provincia y fundó cuatro iglesias en China Continental con nuevos creyentes. Dios habla de muchas y diversas maneras. A veces incluso pinta imágenes.

Pasajes recordados

Las generaciones de antes animaban mucho a memorizar las escrituras. Yo siempre fui un estudiante miserable para memorizar, pero me he dado cuenta de que Dios frecuentemente trae pasajes a mi mente en el momento justo.

Una vez, estaba hablando con un hombre en graves problemas y no tenía ninguna palabra sabia que ofrecerle. Entonces, de la nada, me vino a la mente un pasaje: “Consolamos a otros con el consuelo que se nos ha dado” (una paráfrasis libre de 2 Cor. 1:4). Yo sentí a Dios diciéndome que consolara a mi amigo con el consuelo que Dios me había dado. Nada sabio, solo consuelo.

Y puesto que mi memorización bíblica es abismal, tuvo simplemente que haber sido Dios.

Visiones y sueños

 Yo nunca he tenido un sueño o una visión inspirados por Dios pero varia gente que conozco y que respeto los han tenido y Dios les habla a través de ellos. Las visiones son diferentes de las imágenes: se parecen más a un breve video, como cuando Pablo recibió instrucciones en sueños: “Allí Pablo tuvo de noche una visión; vio a un hombre de la región de Macedonia, que puesto de pie le rogaba: «Pasa a Macedonia y ayúdanos.» (Hechos 16:9). No hay razón para creer que Dios no nos da ese tipo de visiones hoy en día.

Pensamientos inspirados

Este es quizás el más difícil de reconocer pues estos pensamientos se sienten como parte nuestra. Sin embargo los pensamientos inspirados influyen la vida de todos los creyentes de la tierra. El Espíritu de Dios no solo puede hablarnos directamente, sino que también puede moldear nuestros propios pensamientos. ¿Cuántas veces no te has sentido totalmente vacíos, sin palabras para orar ni ideas para actuar? De repente un pensamiento brillante y obvio a la vez pasa fugazmente por tu mente. C. S. Lewis creía que esta es una de las formas más comunes en que Dios nos habla:

Luego, viéndome vacío, tu abandonas

el rol del que escucha y mediante

mis labios mudos respiras y en declaración despiertas

los pensamientos que nunca conocí.

Dios habla de muchas y varias maneras. ¿Quién somos para limitarlo?

Momentos

Dios habla con más métodos de los que normalmente le atribuimos a El pero también nos habla en más momentos que lo que nos imaginamos. Yo creo que Él quiere hablar en cada momento. El no se limita a una predicación del domingo o a un tiempo de oración personal.

Varios capítulos de este libro describen como reconocer la voz de Dios en diversas situaciones pero vale la pena recordar que sus muchos momentos incluyen los tiempos de meditación bíblica, ver una película, los consejos de los amigos, las lluvias de ideas, manejando tu auto, sentado en la cafetería, momentos de curiosidad e incluso en los momentos en que pareciera estar callado.

Dios incorpora su variedad de métodos de hablar en la variedad ilimitada de momentos de nuestras vidas; el crea una gama infinita de oportunidades para que reconozcamos su voz. Por ejemplo, tomemos el “momento” de leer el versículo “El Señor es mi pastor; nada me falta” el Señor podría recordarte otro versículo: “Los envío como ovejas en medio de lobos”; o puede impulsar en ti, como respuesta, una resonancia de su gran cuidado por ti; o podría dirigirte una palabra directa: “No estás viniendo a mi para satisfacer tus necesidades”; o te podría dar una imagen de un niño satisfecho.

Nuestras vidas están llenas de múltiples momentos – desde despertarnos a las 2:00 de la mañana o una caminata vespertina hasta una reunión desagradable con tu jefe – y en cada uno de esos momentos Dios puede hablar a través de sus variados métodos.

Dios siempre está hablando

Dios nos invita a caminar con él aún en (quizás especialmente en) nuestros momentos ordinarios. Cuando aprendemos a reconocer esa urgencia interna, ese ardor en nuestro corazón, empezamos a escuchar a Dios hablarnos todo el tiempo.

Una vez iba en un avión hacia Nueva York para hablar en una conferencia y un extraño dijo algo sobre hablar en público. Yo escuché a Dios convenciéndome de la falta de propósito con la que estaba viviendo.

Fui a un retiro de fin de semana con quince hombres a discutir la posibilidad de trabajar juntos. Escuché a Dios desplegar los detalles de su sueño para mi vida.

Al ver la película “The Fisher King”, una película muy desalentadora, escuché a Dios decirme que él me ve hasta el fondo y me ama hasta lo más alto.

En una caminata la semana pasada, Dios interrumpió mis pensamientos sobre finanzas para pensar en cómo la cultura moderna se está entrometiendo en el cristianismo moderno.

Y hace cuarenta y cinco años, mi novia dijo una mala palabra. Dios me habló en la ausencia de rayos y eso cambió la vida de este depravado de 10 años.

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Este artículo es un extracto del libro «Hearing God in Conversation – How to Recognize His Voice Everywhere», capítulo uno (c) 2016 por Samuel C. Williamson. Tomado de Baluarte Viviente Agosto/Setiembre 2016, usado con permiso

Hearing God in Conversation: How to Recognize His Voice Everywhere, by Samuel C. Williamson, published by Kregel Publications, 2016, available from Amazon.