– por Jeanne Kun

Como extranjeros y exiliados en esta tierra, estamos en camino al cielo
No tenemos una ciudadanía permanente en este mundo. A pesar de que tengo un pasaporte oficial que me declara como ciudadana de los Estados Unidos, la realidad es que, como cristiana, mi ciudadanía está en el cielo (Filipenses 3:20). Como nos dice el autor de la carta a los Hebreos: “pues aquí no tenemos una ciudad permanente, sino que buscamos la ciudad venidera.” (Hebreos 13:14).

Peregrinos que van de paso
La epístola a Diogneto, escrita a fines del Siglo 4, describe claramente nuestro estado:

Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto… Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida.

Dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña…. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo.

La Escrituras, los Padres de la Iglesia y escritores más contemporáneos comparan nuestra vida terrenal con un camino, urgiéndonos a mantener nuestra mirada fija en el cielo como nuestro destino final. Como decía Agustín de Hipona: “No somos más que viajeros en un camino sin una morada fija; estamos en un estado de deseo, pero aún no de disfrute. Sin embargo, continuamos con nuestro camino, y lo hacemos sin pereza ni descanso, para llegar finalmente a nuestro destino.”

Nuestra casa es el cielo
También, como expresaba tan simplemente Juan Vianney: “Nuestra casa es el Cielo. En la tierra somos como viajeros que se hospedan en un hotel. Cuando uno está lejos, uno siempre está pensando en volver a casa”.

Sin una ciudadanía permanente en este mundo, somos “viajeros” que simplemente “vamos de paso” en camino a nuestra verdadera patria. La palabra “peregrino” viene del latín peregrinus que significa forastero. Etimológicamente la raíz de la palabra es per ager: el que pasa a través de un campo o a través de una frontera. Al hacer eso, el viajero se convierte en un forastero, en un peregrino que ha dejado atrás el territorio conocido y se dirige a nuevas tierras.

Un peregrino es, quizás, un extranjero, pero al entrar en lugares nuevos, no lo hace sin un propósito o un objetivo. El peregrino tiene un punto específico de partida, una ruta de viaje y un punto anticipado de destino. Esto es lo que diferencia al peregrino del deambulador. Deambular, que significa caminar sin rumbo.

El Adviento nos prepara para el camino que viene
El Adviento es un tiempo en el que recordamos especialmente esta realidad de ser un “pueblo peregrino”. Esta es una “peregrinación común” en la que “viajamos” acompañados por los demás hacia la Navidad, la conmemoración anual del nacimiento de Cristo. Las cuatro semanas del Adviento sirven como un camino hacia Belén en el cual nos preparamos para recibir al recién nacido Rey.

Un sermón de Adviento por Ronald Knox desarrolla esta idea del caminar con una esperanza expectante y un anhelo de encontrarnos con Cristo, el mesías prometido:

Todos saben, incluso aquellos que hemos vivido las vidas más aventureras, lo que es caminar por kilómetros la mirada, pareciera esforzarse ansiosamente por alcanzar la luz donde, quizás, está nuestra casa. ¡Qué difícil es juzgar las distancias cuando estás haciendo eso! En la completa oscuridad, podrías estar un par de kilómetros de tu destino, o incluso a unos cuantos metros.

 Así era, creo, lo que le pasaba a los profetas Hebreos que esperaban la redención de su pueblo. Ellos no podrían haber dicho en un rango de cien años, ni siquiera de quinientos años, cuándo es que llegaría la liberación. Ellos solo sabían que en algún momento, el tronco de David volvería a florecer; en algún momento una llave podría abrir la puerta de su prisión; en algún momento la luz que era apenas visible, ahora como una quimera en el horizonte se expandiría por fin en el día perfecto.

Esta actitud de expectativa es lo que la Iglesia quiere promover en nosotros, sus hijos, permanentemente. Ella ve esto como una parte esencial de nuestra práctica cristiana que esperemos. Incluso ahora, dos mil años después de que la primera Navidad vino y se fue, debemos seguir esperando. Así, ella nos anima, durante el Adviento, a dejarnos guiar por los pastores de belén, e imaginarnos a nosotros viajando con ellos, a media noche, enfocándonos en esa pequeña grieta de luz que surge, ya sabemos, de la cueva de Belén.

Un tiempo para pensar en ir a casa
El Adviento es, igualmente importante, un tiempo para “pensar en ir a casa”, un tiempo para anhelar “el otro mundo” para el que hemos sido creados. Se nos recuerda en este tiempo que Cristo no solo vino a nosotros una vez en el pasado como el Verbo hecho carne que vivió en medio nuestro, sino que volverá a venir para llevarnos con él al cielo.

Estas semanas son un segmento especial en el camino de nuestra vida, en ese continuo peregrinaje hacia nuestro verdadero hogar. Durante estos días debemos abastecernos de capacidades espirituales y prepararnos para la siguiente parte del trayecto que se avecina en nuestras vidas cotidianas.

Al escribir esto, encontré mucha inspiración y ayuda en las palabras de otros escritores – “también peregrinos, mis compañeros en la eternidad», como los llamó Matilde de Magdeburgo. Me he apoyado en ellos como en el bastón de un peregrino, y he encontrado sustento en sus palabras como del pan de un caminante. ¡Que ustedes también, lleguen a conocer a estos peregrinos y los disfruten como compañeros en la eternidad!

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Jeanne Kun es una autora y líder en la Comunidad Palabra de Vida en Ann Arbor MI, USA y es miembro de la Asociación Betania de hermanas que viven solteras para el Señor en la Espada del Espíritu. Este artículo apareció originalmente en God’s Word Today, Diciembre 1998. Usado con el permiso de la autora. Adaptado de El Baluarte Viviente Diciembre 2007.