“Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” Mateo 14:31

– por Carlos Mantica

Reflexionemos en el grito de Jesús a Pedro, su primer representante en la tierra, cuando en noche de tempestad y atemorizado por la violencia del viento y la furia de las olas, el viejo pescador, la roca de la iglesia, ha titubeado y se hunde: «Hombre de poca Fe, por qué has dudado.» (Mateo 14: 31). Este grito de Jesús ciertamente es muy oportuno para todos los que pretendemos ser discípulos de Cristo en este tiempo y lugar. Tiempo de tempestad, pero también tiempo de fe.

Cristo es el mismo ayer, ahora y siempre, y sus palabras tienen para hoy la misma vigencia de entonces. Necesitamos entenderlas y quizás de el entenderlas o no dependa incluso si nos hundimos en la angustia o somos sostenidos por la fe.

¿Qué nos dice realmente el Señor con ese grito suyo? ¿Qué enseñanza tiene para nosotros el gesto de este apóstol, hombre, como nosotros, y de poca fe, como nosotros, que ha dudado, como nosotros, pero que ahora regresa a la barca para convertirse en timonel de la Iglesia, nueva Barca de Pedro, y en guardián de la Fe; hombre de poca fe convertido en el guardián de la Fe de los hombres?

Escuchadas fuera de contexto, las palabras de Cristo suenan a acusación y reproche: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? Pero ¿es ese el sentido del mensaje de Cristo a su discípulo? ¿Es este acaso el mensaje de fondo de estas palabras: acusación y reproche por nuestras omisiones o fracasos? Si lo importante ha sido siempre » conocer a Juan”, esta vez necesitamos comprender a Pedro para poder conocer y comprender lo que nuestro Señor quiere decirnos. Para verlo claro, reconstruiremos la historia completa de esa noche tan llena de luz y de tinieblas.

El Señor ha mandado a sus apóstoles subir a la barca e ir por delante de El a la otra orilla. Es lo que nos ha mandado a nosotros. Un día subimos a la Barca de Pedro y hemos ido delante de El preparando sus caminos. Pero ahora es de noche y la barca es zarandeada por las olas pues el viento -dice la Escritura -» era contrario». Y a la cuarta vigilia de la noche el Señor vino hacia ellos. A la sombra del temor, las noches se llenan de fantasmas y ahora los apóstoles gritan llenos de miedo. Su mismo Señor que pocas horas antes diera de comer a cinco mil personas con solo cinco panes y dos peces, se convierte ahora en una figura borrosa y extraña que solo acrecienta su temor.

Es la Cuarta Vigilia. Es decir, el tiempo que precede al amanecer. Tiempo de obscuridad bañado apenas por pequeñísimos vestigios de luz. Tiempo en que se mira todo como a través de un velo. Es decir, tiempo de Fe, donde nada es perfectamente claro todavía, y en el que debemos caminar a tientas guiados únicamente por el resplandor de una luz que hoy es solo esperanza del día que se acerca.

Lo que turba ahora a Pedro es una duda experimentada mil veces por nosotros: de quién es esa voz que en medio de la noche lo interpela diciendo, Ánimo, no temas. Soy yo.

El peligro es real y el viejo pescador lo sabe. Hay motivos de sobra para temer. Pero si la voz es suya; si realmente es El quien clama y está junto a nosotros, no debemos temer. La fe en su amor echa fuera el temor.

Pero ¿de quién es esa voz que mezclada con la del viento y de las olas llega hasta nosotros desde la penumbra? Ha sido problema permanente del cristiano el discernir las voces que entremezcladas luchan en su interior. La una es de la Tempestad y grita: ¡Miedo! La otra es Viento, y grita: ¡Confusión! La otra es del Señor y grita: Ánimo. No temas. Soy Yo.

Pedro no se pregunta ahora si podrá́ caminar sobre las aguas. Se pregunta si será́ realmente suya aquella voz, porque con El todo es posible. Pedro duda si aquella voz es del Señor. Su duda es acerca de la voz, pero no duda en su Señor. De hecho, sus palabras son ahora una autentica proclamación de su Fe, en la fidelidad y el poder del Señor nuestro Dios: Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.

¡Aquí́ está la Fe en su más vivo retrato! Palabras de incertidumbre: Señor, si eres Tú. Palabras de confianza plena: Mándame ir donde ti. . . incluso sobre el agua. Porque esto es precisamente la fe: Confianza plena a pesar de la incertidumbre. La fe es decisión en la obscuridad. Salto al vacío en la noche.

Y basta entonces una palabra de Jesús; la que debiera bastarnos a todos para lanzarnos al agua sin salvavidas ni titubeos. Y esa palabra es «Ven». Porque a quienes el Señor llama, los capacita para realizar las obras a que han sido llamados.

Y Pedro, hombre de poca fe, pero usando la que tiene, camina entonces sobre las aguas. Si hubiera tenido fe como un grano de mostaza hubiera movido montañas. Porque usa en cada momento la que tiene, puede sin embargo hacer las mismas cosas que el Maestro.

Estamos llamados a tener la Fe de Pedro. Fe para saltar a la sola voz de Ven, cuando el Señor nos llama, dispuestos a realizar lo imposible, porque todo es posible para él que cree.

Ya lleva Pedro en su score dos grandes actos de Fe: ha creído en Cristo al escuchar su voz. Y le ha creído a Cristo al obedecer su llamado. Ahora realiza Pedro un tercer acto de fe. El más grande y hermoso de todos. El más importante para todos nosotros. Lo registra la Escritura: Pero viendo la violencia del tiempo, le entró miedo y comenzó́ a hundirse. Gritó: «Sálvame». AL PUNTO, Jesús, tendiéndole la mano, lo agarró… » Esta es la fe que suponemos imitar. Fe en la fidelidad de Cristo. Fe en nuestro Salvador. Fe en que nuestro Señor saldrá́ al quite, aun en nuestras faltas de fe, cuando por amor a El, y con fe en El, nos metemos en enredos superiores a nuestras propias fuerzas.

La fe es osada, y Pedro es osado. Por osado se metió́ en enredos la noche del prendimiento; pero hubo más amor en la negación de Pedro en casa de Anás, que, en el abandono de los apóstoles, o en la prudencia de aquel que temeroso » lo seguía de lejos. » Y ciertamente hay más fe en el fracaso de Pedro como esquiador sin esquíes, que en la prudencia o temor de los que esperaron en la barca.

Ya sé que la fe de Pedro fue pequeña en lo que a caminar sobre el agua se refiere, pero fue una Fe muy grande en su Señor, que es la que cuenta. Por eso las palabras del Señor son justas al comentarle: » Hombre de poca fe, ¿porque has dudado?». Pero aquí́ hay algo más que unas palabras. Hay un Dios que corre y una mano que salva. La mano tendida del Señor que corre AL PUNTO a su llamado de auxilio, delata la magnitud de la fe de Pedro en Jesucristo, puesto que ha ido más allá́ del mover montañas y ha sido capaz de mover al mismo Dios con solo una palabra: Sálvame.

Mil veces bastó esa palabra, para que los ciegos vieran, los sordos oyeran, los enfermos fueran sanos, y nuestros pecados fueran perdonados. Porque era y sigue siendo grito de FE, la respuesta de Jesús fue siempre siendo: “tu Fe te ha salvado”.

Pedro falló en lo pequeño. Pero venció́ en lo importante. Pedro sabe en quien se ha fiado. Por eso creo que no conoce bien a Cristo quien solo adivina en sus palabras acusación o reproche para el único que obedeció́ la voz de “Ven”.

Yo veo junto al brazo tendido, la sonrisa gozosa de Cristo, con su broma a flor de labio: » hombre de poca fe, ¿que te pasó?» A Pedro lempo todavía por el susto. . . y luego, recortada en la noche, la figura de dos hombres que abrazados como borrachos suben a una barca entre toses y carcajadas, mientras el viento sorprendido se detiene y el sol se asoma ya tímidamente para observar el relajo. Comienza el tiempo de la luz.

Dice la Escritura que. . . los que estaban en la barca se postraron ante El diciendo: Verdaderamente, eres el Hijo de Dios. Quizá́ la diferencia estuvo en que Pedro la creía de antemano. ¿Quién dicen ustedes que es el Hijo del Hombre? Respondió́ Pedro: » Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. »

Debemos interiorizar esta verdad. Solo unas horas antes lo vieron los apóstoles multiplicar los panes. En la oscuridad de la noche y entre el estruendo de la noche lo olvidaron muy pronto. Y nos puede suceder a todos. Por eso es tan importante el tener siempre presente a quien seguimos. En quien creemos. En quien nos hemos fiado. Dispuestos a obedecer su voz cuando nos diga » Ven». A intentar lo imposible, a sabiendas de que acudirá́ al punto en nuestra ayuda, cuando nuestra poca fe no nos ayude.

Porque, hermanos, nuestra confianza no es en nuestra Fe en el Señor, sino en el Señor de nuestra Fe. Señor de la fidelidad infinita. Rey de Reyes. Ante quien se dobla toda rodilla en el cielo y en la tierra, porque ha sido constituido en Señor de cuanto existe, para Gloria de Dios Padre.

Se podría decir que nos ha tocado navegar en aguas agitadas y de vientos contrarios. Días de obscuridad y densa niebla. La luz es certeza y seguridad. Pero la incertidumbre es el territorio de la Fe. En cierto modo, vivimos un tiempo privilegiado. Muy pocos se dan cuenta que esta es la única época en que el hombre puede tener fe. Nuestra única oportunidad de ejercerla. Llegará un día en que la fe y la esperanza ya no tendrán razón de ser y solo quedará el amor. Pero hoy es tiempo de creer y de esperar.

Es tiempo de reconocer en la penumbra la figura y la voz de quien nos dice » Ven». Es tiempo de caminar sobre el agua. De hacer las mismas cosas que El, y aun mayores, conforme a su promesa. Tiempo de arriesgar, confiados en que el Señor vendrá́ AL PUNTO en nuestro auxilio, si caminamos hacia El, en el seguimiento de su voz. El quedarse mirando las olas en vez de seguir mirando a Cristo fue el gran error de Pedro. Si alguna vez nos sucede, no tengamos reparo en gritar a todo pulmón: » Señor, sálvanos que nos ahogamos. «Será un grito de fe en el Salvador. Para salvarnos dio Jesús su sangre. Para salvarnos dio el Señor su hijo».

En esta Cuarta Vigilia la voz del Señor te dice: Ánimo no temas. Pregúntate si es de Él la voz que clama dentro de ti diciendo: ¡Ven! y lánzate al agua confiado solo en Él. Y cuando algo no salga como tu esperabas, sabe adivinar la sonrisa de Cristo, y la mano tendida del Dios que corre a ti para decirte: Hombre de poca Fe, por qué dudas. . . Adelante. No voz de reproche sino de aliento. Adelante, que yo estoy con ustedes todos los días hasta la consumación de los siglos.

Oración
Señor de las sonrisas que desde lo alto te ríes de tus enemigos, Príncipe de la Paz, mago divino que haces aparecer y desaparecer imperios; que soplas tu aliento y renuevas todas las cosas, retiras tu aliento y perecen; te pedimos que nos permitas avanzar hacia ti, aun en medio del oleaje, llevando con nosotros a los que llenos de miedo, no alcanzan a ver mas que fantasmas. Brille tu rostro sobre ellos, en esta cuarta vigilia porque tuyo es el Reino, el Poder la Gloria y la Alabanza, Salvador del mundo que vives y reinas por los siglos, ¡Aleluya!

_____________

Carlos Mantica es uno de los fundadores de la Comunidad Ciudad de Dios en Managua, Nicaragua y un líder fundador de la Espada del Espíritu. Sirvió como presidente de la Espada del Espíritu ente 1991 y 1995. Este artículo fue adaptado del libro «Lo que yo no sabía» de Carlos Mántica. Tomado de El Baluarte Viviente Febrero 2020. Usado con permiso.